El Monasterio de San José es el primer Carmelo fundado en Chile (6 de enero de 1690). Las carmelitas llegaron desde Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia) debido al ataque a la Serena, en 1860, por el corsario inglés Bartolomé Sharp.
Este, al no conseguir el rescate de 95.000 pesos de oro que solicitaba, saqueó las iglesias, llevándose objetos valiosos y prendiendo fuego a la ciudad. La noticia llegó a Santiago, sus habitantes de llenaron de pavor y los creyentes sufrieron enormemente con la profanación del Santísimo Sacramento.
Ese dolor motivó la fundación de un monasterio de carmelitas descalzas como forma de desagraviar a Dios por el ultraje cometido. Fue así como se consiguieron las licencias del Rey de España (Carlos II) y las fundadoras viajaron desde el Alto Perú, recorriendo la misma ruta que utilizada por Diego de Almagro, descubridor de Chile.
El 8 de diciembre llegaron a Santiago y un mes después inician sus actividades en una casa frente al Cerro Santa Lucía, donde permanecen hasta 1942 cuando el monasterio se traslada a la Av. Pedro de Valdivia.
Actualmente el monasterio, sumergido en el gran Santiago constituye un oasis de silencio donde la vida de oración y fraternidad se viven en paz y armonía. Las hermanas dedican su vida a rezar por los sacerdotes y toda la humanidad sufriente y sedienta de interioridad. Su oración traspasa los muros de clausura y llega hasta el último confín de la tierra. La lectio divina individual y comunitaria van modelando a cada hermana a semejanza del Maestro: Jesús. La celebración de la Eucaristía congrega cada mañana a la comunidad y se prolonga a través del día con el rezo del Oficio Divino.
La confección de hostias y velas para la diócesis es su principal trabajo y fuente de sustento. En este lugar sagrado se vive la vida en plenitud, con la mirada vuelta a lo eterno. De ahí que la sencillez, la sobriedad y la austeridad sean propias del lugar, abundando la alegría y la comunión. Las comunidad está constituida por hermanas de todas las edades donde las jóvenes cuidan con esmero a las ancianas y estas nutren con su sabiduría de vida a las que se están iniciando en la vocación. El diálogo y el perdón madurados en la oración son ingredientes importantes del caminar diario. El corazón puro hace que la ofrenda de estas vidas escondidas con Cristo sea grata a los ojos de Dios. Son más de 300 años donde las generaciones se han sucedido manteniendo siempre vivo el carisma teresiano. La comunidad dio a luz con mucha generosidad los monasterios de San Rafael en la Reina, Viña del Mar, La Serena y Puerto Montt. La Virgen del Carmen y San José nos acompañan día a día en esta aventura de configurarnos con Cristo. El amigo y Esposo verdadero.