En 1931, en la ciudad de Santiago, un nuevo Sagrario daba hospedaje a Jesucristo, Rey y Señor de cielo y tierra, y un pequeño grupo de almas consagradas le ofrecían sus vidas para dedicarse completamente a su amor y a la oración por la salvación de las almas, al amparo de la Reina del Carmelo.
Por aquel tiempo, diversas circunstancias habían avivado fuertemente en la Madre María Teresa de San Juan de la Cruz, priora entonces del Monasterio de Los Andes, la conciencia de la vocación de la Carmelita de rogar por los sacerdotes. Esto era en ella un verdadero acicate para su vida espiritual y de entrega, y le hizo desear que muchas otras almas consagraran sus vidas a la oración —especialmente por ellos— y a la reparación por aquellos sacerdotes que no eran lo que debieran ser… ¿No habría otras Hermanas que, además de compartir estos anhelos, quisieran reunirse en vida de caridad y desasimiento, santificándose para gloria de Dios y bien de las almas? Así, poco a poco, iba madurando en ella la inspiración que Dios ponía en su corazón de esta nueva fundación.
Santiago era una ciudad en expansión y no había inconveniente alguno para que se sumara otro Carmelo a los dos ya existentes (San José y San Rafael); sin embargo, la dificultad se presentaba por otro lado: 1931 estaba inmerso en la época de la gran depresión económica, donde la situación política y social del país estaba al borde de la ruina, todo hacía presagiar una guerra civil que podía estallar de un momento a otro…; en tales circunstancias parecía una locura emprender una obra semejante.
Pero la Madre, creyendo ver en esta fundación la voluntad de Dios, lo abandona todo en sus manos: si es obra suya, Él la llevará a término. San José, a quien se encomendó de modo particular el proyecto, respondía de manera realmente prodigiosa, y la Santísima Virgen mostraba en tal forma sus delicadezas, que se la puede llamar realmente la fundadora de la nueva casa.
Una vez conseguidos los permisos y salvadas las grandes dificultades económicas, en menos de un mes se obtuvo la licencia venida desde Roma.
Asimismo, se aprobaba la elección de los titulares del nuevo Convento: Cristo Rey y María Mediadora; advocaciones que representaban el ideal con que se quiso realizar la fundación: alcanzar, por el amor y la propia abnegación, el reinado individual del Corazón de Nuestro Divino Rey, y apresurar su Reinado social por mediación de María, imitando la silenciosa inmolación de su vida entera.
Tenían ya el permiso, pero ¿dónde empezar? Se había puesto como plazo para concluir la fundación aquel mismo año. A comienzos de septiembre, las personas encargadas de buscar una casa que se pudiera adaptar para monasterio todavía no encontraban ningún lugar adecuado, ni veían posibilidad para ello. Ante el oscuro panorama que se presentaba, la Madre María Teresa, con su fe siempre puesta en Dios, respondía serenamente: “Nuestro Señor nos ha dejado ver tan claro su deseo, que debemos esperarlo todo de Él.”
Octubre ya terminaba cuando se vio una luz al respecto: el Arzobispado de Santiago prestaba por un año y medio la casa de ejercicios San Francisco Javier —aún sin terminar— situada junto al segundo Monasterio de la Visitación. Monseñor Carlos Casanueva, quien estaba a cargo de esta casa, estudió los arreglos indispensables para convertirla en un pequeño monasterio. Por su parte, el ingeniero que había dirigido la construcción, ofreció gratuitamente sus servicios y con toda abnegación se dedicó a apresurar la obra de adaptación. Todo se hizo en quince días.
El nuevo Arzobispo de Santiago, Monseñor José Horacio Campillo, visitó la casa, y fijó la fecha de salida de las fundadoras para el 14 de noviembre de 1931, fiesta de Todos los Santos de nuestra Orden.
Aquel día, al terminar el rezo de Vísperas y bajo una fuerte lluvia, salieron las Hermanas del Monasterio de Carmelitas Descalzas del Espíritu Santo de la ciudad de Santa Rosa de Los Andes. Llegaron a la estación Mapocho de Santiago, de donde se dirigieron enseguida al Monasterio de la Visitación; allí, al pasar a la iglesia, entonaron las Visitandinas el “Te Deum”, himno de alabanza y acción de gracias. El Vicario General expuso y dio la bendición con el Santísimo Sacramento, tras lo cual se realizó una pequeña procesión para llevar el Santísimo a la capilla del nuevo Monasterio donde fue reservado en el Sagrario, y, a nombre del Arzobispo, puso la clausura papal.
Qué bien se podía decir de esta fundación lo que escribe Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús: “Estas casas, a gloria de Dios, se han fundado sólo confiando en Él, y así temo que, en comenzando a poner la confianza en medios humanos, nos ha de faltar algo de los divinos.” (Cta. Al Padre J. Gracián, agosto 1576)
El nuevo “palomarcito” se fue llenando pronto de jóvenes generosas que afrontaron grandes dificultades que no tardaron en aparecer, como en toda obra que lleva el sello del Señor, que es su bendita cruz.
Durante estos años de vida, el monasterio ha tenido algunos traslados. Por último, en junio de 1979 nos trasladamos al actual edificio, ubicado en Alto Macul (La Florida), a los pies de la cordillera.
En 1974 un grupo de Hermanas salió para fundar el Monasterio Santa María de la Unidad en la ciudad de Osorno.
Habiendo instaurado nuestra Santa Madre Teresa un estilo de vida donde sus hijas “buscan y aman ante todo a Dios, que nos amó primero” (Perfectae Caritatis 6), aún hoy procuramos avanzar, día a día, en este maravilloso camino de entrega total a Jesucristo; desde el silencio de nuestra vida escondida, deseamos vivir enteramente para Él, amándole con todo el corazón, y, por esta misteriosa unión de amor, ayudarle en la “salvación del mundo y la edificación de la Iglesia”. (ibid.)
Con la entrañable antífona del Oficio del 15 de octubre, fiesta de nuestra Santa Madre, rogamos: «Santa Madre Teresa, mira desde el cielo a ésta, tu familia, y cuida de ella con amor; corona la obra que un día emprendiste en la tierra». Enséñanos a amar a Jesús en unión de Nuestra Madre Santísima y de San José. Amén